¿TE PREOCUPAS O TE OCUPAS?

¿TE PREOCUPAS O TE OCUPAS?

“He tenido incontables problemas en mi vida. La mayoría de ellos nunca sucedieron” decía Mark Twain. ¿Cuántos de nosotros nos sentimos identificados con esas palabras?

A menudo, las personas rumiamos sobre aquellas cosas que nos preocupan y que normalmente, no podemos controlar porque no dependen de nosotros. Estadísticamente, existe aproximadamente un 10% de cosas que sí podemos controlar (por ejemplo: cuidar el aspecto físico o la alimentación para sentirnos mejor), sin embargo, en el 90% de esas cosas, no tenemos control alguno (por ejemplo: que un familiar enferme). Entonces, ¿por qué invertimos tanto tiempo y energía en esas ideas?

El estilo rumiativo es un mecanismo cognitivo de afrontamiento en el que la persona pone el foco de atención en los aspectos negativos de forma reiterativa. Estos pensamientos negativos, frecuentemente, son preocupaciones sobre el pasado (que ya no podemos cambiar) o sobre el futuro (del que todavía no nos podemos ocupar). Nuestra mente entiende que hay algo sobre lo que tenemos miedo o que nos preocupa y, automáticamente, busca una solución. Al no encontrar ninguna solución (ya que no es un problema presente y escapa de nuestro control), nuestro cerebro nos repite reiteradamente esa idea.

Las personas tenemos una creencia infundada de que preocuparnos sobre algo nos hace responsables y que dar vueltas y pensar sobre una idea nos hará llegar a una solución, sin embargo, en la mayoría de los casos no es así, nos pasamos las horas y los días buscando un puerto al que llegar sin éxito alguno.

Como podemos observar, estos pensamientos nos adentran en un bucle en el que buscamos una solución eficaz y al no encontrarla, el pensamiento se vuelve más fuerte y persistente, y lo dotamos de valor. Cuando la negatividad se vuelve algo recurrente creamos circuitos cerrados que mantienen la atención focalizada en esa negatividad y ello resta salud física y mental, ya que se produce una activación fisiológica (liberación de hormonas del estrés, aumento de presión y ritmo cardiaco…) y un agotamiento emocional (culpa, tristeza, enfado…) que puede derivar en patologías más graves como depresión o ansiedad.

Frecuentemente, los pensamientos que generamos sólo son producto de nuestra imaginación, por lo que cabría cuestionarse: ¿Qué probabilidad existe de que lo que temes ocurra? ¿Lo has pensado otras veces y ha sucedido en realidad? ¿Cuáles son las consecuencias reales de que ese acontecimiento suceda?

Ahora bien, ¿Qué podemos hacer para disminuir la frecuencia e intensidad de esos pensamientos catastróficos?

  • Identificar la preocupación y aceptar que está ahí. Esto a veces no es fácil, porque tratamos de negarla, evitarla o luchar contra ella y solo provocamos que se acentúe. Tal y cómo dijo Carl G. Jung «Aquello a lo que te resistes, persiste. Lo que niegas te somete, lo que aceptas te transforma».
  • Cambiar el foco de atención. Como hemos visto, en la mayoría de los casos, las preocupaciones tienen que ver tanto con lo que ya ocurrió en un pasado, como con lo que pensamos que puede llegar a ocurrir en un futuro. En este sentido, centrarnos en el momento presente nos proporcionará una sensación de bienestar y calma y reducirá la ansiedad, además de conseguir centrar la atención en lo que realmente está sucediendo en ese instante. Técnicas como el entrenamiento en Mindfulness o la Atención Plena nos pueden ayudar a conseguir este objetivo.
  • Elegir un momento del día en el que le vas a dedicar unos minutos a esa «preocupación». Así pues, cuando aparezca, prorrogas el pensamiento negativo al momento en el que has decidido que le vas a prestar atención. De esta forma se puede evitar focalizar la atención en esa idea durante horas y ser más productivos con las tareas que tenemos que realizar a lo largo del día.
  • Defusión cognitiva. Esta técnica se basa en la contemplación de nuestros pensamientos desde la distancia. Practicarla nos permitirá darnos cuenta de la rapidez con la que nuestra mente salta de una idea a otra, y de como nos cuenta una historia que acaba convirtiéndose en una mera versión de los hechos reales que verdaderamente ocurren a nuestro alrededor.

Estas técnicas son algo que hay que entrenar día tras día, se trata un cambio lento que precisa de continuidad. Debemos ser compasivos con nosotros mismos, quizá un día lo conseguimos y otro no, y no por ello tenemos que “machacarnos”.

Bibliografía

Hayes, S. C. (2015). Terapia de aceptación y compromiso. Desclée De Brouwer.

AURORA PRIETO VÁZQUEZ

PSICÓLOGA Colegiada nº AN -10730

Secretaria  y socia fundadora de AEPROMECO

Colaboradora de EnMedio

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